viernes, 17 de mayo de 2013

HISTORIAS QUE SE CRUZAN -- Cracovia y Quito fueron proclamadas en 1978 como las primeras ciudades Patrimonio de la Humanidad. En las afueras de la pintoresca ciudad polaca, llena de vida cultural, se construyó el monumento al Holocausto, Auschwitz, un símbolo infame de la intolerancia y la brutalidad. Quienes sobrevivieron buscan dejar viva su memoria antes de morir. Varias historias presentadas aquí se conectan alrededor del mismo tema. davidorado5's Story
RADIO. Holocausto es secundario Aunque la demanda de los sobrevivientes del Holocausto es preservar su memoria educando, en Quito no siempre se incluye el tema en la clase de Historia. El bachillerato en Quito se modificó en 2010, con el desarrollo de destrezas como prioridad. Así se deja en ocasiones a la Shoá fuera del plan de clase. Testimonios de estudiantes y las razones de los expertos se exponen aquí.

INVESTIGAR SIGUE PENDIENTE


Una investigación muestra 42,500 campos de concentración en Europa que nunca antes fueron estudiados. Esto abre nuevas posibilidades de estudio y cuestiona la supuesta ignorancia de la población que vivía a su alrededor durante el régimen nazi. En Ecuador, los testimonios de sobrevivientes ayudan a preservar la memoria y refutar el negacionismo.

El valor de la evidencia

Harry Rosenberg (nacido en 1924) reside en Ecuador desde 1950, cuando llegó en barco a Guayaquil. Hoy forma el reducido grupo de sobrevivientes vivos del Holocausto en nuestro país. Harry aceptó contar su historia, de cuando  estudiaba textiles en su natal Bucarest, Rumania, mientras Hitler expandía su dominio en Europa. Era el único varón entre sus hermanas y obedeció el pedido de su familia de volver a casa. “Ese fue mi error. A la gente en Bucarest solo los obligaban a trabajar, no los llevaban a un campo de concentración”. Cinco semanas luego de llegar a casa, fue capturado por los nazis transportado en vagones y en condiciones extremas a un campo de concentración en Maguilov, en la actual Bielorrusia.

Solo los jóvenes desembarcaron los vagones y trabajaron extrayendo piedra amarilla tóxica de minas cercanas. Para desinfectar heridas y librarse de parásitos, los alemanes no les dieron otra cosa que creolina, un poderoso desinfectante contra parásitos, usado en fábricas y establos. A más del dolor, “sopa con moscas y un pedacito de pan” era lo único que recibían para comer, por lo que pedían comida en casas cercanas. Cuando llegó a Ecuador, trabajó en la industria textil y estableció otros negocios.

Según Manuel Grubel Rosenthal, autor del libro “Ecuador: destino de migrantes”, nuestro país desempeñó un papel honorable en la época. “A diferencia de otros países de Latinoamérica, nunca cerró sus cuotas migratorias”, es decir, no puso límites al ingreso de judíos al país. Según sus cifras, 3.400 judíos vivían en Ecuador en 1954. Hoy, la comunidad judía en el país ha florecido, pero se enfrenta al paso del tiempo y al progresivo envejecimiento de sobrevivientes como Harry.

Para el académico israelí Effraim Zadoff, argumentos que niegan el Holocausto son invalidados a través de los testimonios de sobrevivientes. “La sociedad organizada debe hacer todo lo posible para que esta memoria perdure en la conciencia humana por medio de creación literaria, publicación de libros, actos de recordación, publicación de testimonios en los medios masivos, etc.,” indica Zadoff. Y más aún, el reciente descubrimiento de miles de campos de concentración nunca antes estudiados desafía la supuesta ignorancia de lo que sucedía en aquella época.

¿Verdadera ignorancia?

A inicios de marzo pasado, varios medios del mundo centraron su atención en reportes del Museo del Holocausto de Washington. Analizando millones de páginas de más de 400 contribuidores, uno de los historiadores del museo, Geoffrey Megargee y un numeroso grupo de trabajo difundieron un mapa con 42.500 campos regados por Europa. Según el New York Times, la supuesta ignorancia de la población común sobre el destino de judíos, homosexuales, gitanos y presos políticos queda infundada. “Cuando comencé con el proyecto, me dijeron que encontraría alrededor de 5.000, máximo 7.000 lugares que alojaban campos de concentración”, relata Megargee en una entrevista con el ZEIT alemán. “Inmediatamente, tras ojear los documentos y fuentes, el número aumentaba más y más”. 

El descubrimiento llega tan tarde, según el investigador, por el enfoque de las investigaciones pasadas, que estudiaban los campos de acuerdo a región o funcionamiento, pero nunca conectándolos entre sí. En la publicación se redescubren, campos de trabajos forzados; guetos; campos para prisioneros de guerra; “centros de cuidado”, donde mujeres eran obligadas a abortar o sus recién nacidos eran asesinados; y burdeles para satisfacer al personal militar alemán. Los centros estaban regados por toda Europa y muchos, por su tamaño reducido o particular funcionamiento, fueron dejados fuera de la enciclopedia. Esto hace presumir que la población sí sabía de la existencia de los centros, aun cuando ignorara lo que pasaba en el interior.

Este argumento es cuestionado por Fritz, checo nacido en 1932 que vivió la expansión del nazismo y sus obligaciones bajo él, como hacerse miembro de las juventudes hitlerianas a temprana edad. Se justifica ante acusaciones. “No sabíamos lo que pasaba, no sabíamos qué era Dachau ni dónde quedaba”, refiriéndose al campo de concentración en las afueras de Múnich, ciudad donde hoy reside. “Lo único que puedo decir es que no quisiera que eso se repita”, afirmó en 2012, mientras se preparaba para una clase sobre “El Holocausto”, que recibió dos veces a la semana en la Universidad de Múnich.